En los entornos organizados de educación preescolar, las
experiencias de juego se ven potenciadas cuando se proporciona a los niños
abundante tiempo y espacio para interactuar libremente con dichos
entornos. El juego puede adoptar
numerosas formas: juego con objetos, juego imaginario, juego con compañeros y
adultos, juego solitario, juego cooperativo, juego asociativo, juego físico...
Se considera que el juego es el “trabajo” de los niños, y constituye el
vehículo mediante el que estos adquieren conocimientos y competencias, lo que
les permite participar de manera independiente y con los demás. El papel de los
maestros y otros adultos presentes en la sala o entorno de juego consiste en
posibilitar y organizar las experiencias lúdicas y de aprendizaje; ello
requiere a la vez una minuciosa planificación (por ejemplo, disponer los
materiales para estimular la curiosidad de los niños) e interacciones espontáneas
basadas en curiosidades e ideas naturales (por ejemplo, seguir la iniciativa
del niño en un juego de simulación). Proporcionar a los niños experiencias
prácticas activas y lúdicas ayuda a potenciar y enriquecer el aprendizaje.

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